Hace aproximadamente un siglo que Rosa Luxemburg dijo aquello de «quien no se
mueve no siente las cadenas». Por eso los verdaderos dirigentes de este mundo nos
quieren amarradas a un sillón, enchufadas a un televisor o pegadas a un escaparate. Y
por eso nosotras venimos hoy a hablar de movimiento, de acción y de marcha.
Este 19 de noviembre las mujeres y los hombres que constituimos FELMA marchamos
por la igualdad, la justicia y la dignidad, como en cada cita desde aquel 22 de marzo.
Nos sumamos a este acto como colectivo y marchamos también por el interés
específico de las mujeres, porque somos conscientes de que esta masiva destrucción
de derechos laborales, sociales o sencillamente vitales, que se viene denunciando a lo
largo de estos dos años, nos afecta a nosotras de manera muy especial, empezando
por la falta de difusión que rodea a los temas relacionados con las mujeres, de cuyas
miserias y realidades los medios de comunicación sencillamente no quieren hacerse
eco porque no interesan demasiado. Total: si no hubiésemos salido de nuestras casas a
ocupar los escasos puestos de trabajo que aún quedan, los hombres no sufrirían tanto
paro. Ahora, si somos doblemente explotadas, si cobramos un 20% menos que ellos en
jornadas extenuantes, trabajando gratis por ello una buena parte de nuestra vida,
nosotras nos lo hemos buscado. Es así como quieren hacernos sentir.
Pero las mujeres no hemos hecho otra cosa que intentar ejercer nuestro derecho a
ganarnos la vida con independencia de cualquier varón y lo que recibimos por ello es,
además de las terribles consecuencias de esta desastrosa situación económica, una
violencia específicamente machista: somos acosadas en el trabajo y en la calle,
ninguneadas, colocadas con calzador en artificiales listas paritarias, prostituidas,
esclavizadas en trabajos domésticos, sin ayudas, sin protección ante los asesinatos
machistas…Y si nos organizamos para luchar, nos acusan de exigir privilegios, de ir
contra los hombres, como si ellos no fueran parte de nuestra vida, como si no fueran
nuestros hijos, nuestros padres, nuestros hermanos y nuestros compañeros.
Con su desprecio y su olvido, pagamos las mujeres doblemente esta crisis que los
poderosos han provocado. Pagamos con paro, precariedad y minisueldos sus chalets,
sus coches de lujo, su educación y su sanidad privadas. Porque el trabajo a tiempo
parcial, los contratos eventuales, en precario y de economía sumergida son
mayoritariamente femeninos y exigen de nosotras tanto o más esfuerzo y dedicación
que el empleo regular.
Pero no nos van a vencer. Nuestras exigencias son solo derechos: No más desahucios
de mujeres sustentadoras de familias que malviven sin trabajo y sin ayudas, no más
obreras del campo falsamente acusadas, no más trabajadoras de fábricas encerradas,
no más empleadas de mansiones esclavizadas 24 horas al día, no más limpiadoras de
hoteles malpagadas. No más “sirvientas”, no más “asistentas”… Queremos trabajos
dignos, equitativamente remunerados, que nos permitan vivir sin lujos (que siempre son
a costa del sudor y la vida de otras personas), pero con dignidad.
Luchamos por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestra capacidad de
procrear. Por una sanidad y una educación públicas, universales y de calidad. Por el fin
del dominio de la iglesia católica cuya ideología política infiere más en nuestras vidas
que su supuesta religiosidad. Luchamos por la defensa de las mujeres y los niños
explotados sexualmente, para terminar con la complacencia de las instituciones en toda
esta violencia.
Luchamos y marchamos, en fin, junto a todos los explotados para acabar con este
sistema patriarcal y capitalista que nos quiere quietas, aguantando y en silencio.
Contra las violencias machistas: ¡LUCHA FEMINISTA!
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