Resulta difícil separar la cultura y el arte de los valores, tradiciones y normas sociales que acompañan al ser humano en su paso por la vida. Desde esa conjunción es desde donde mejor se aprecia que el papel de la mujer dentro de la producción artística ha estado reducido, desde que tenemos acceso a datos fiables, a un espacio marginal, cuando no del todo inexistente. Este hecho es el fiel reflejo de la sociedad en que nos hemos desarrollado y que, ya en sus inicios, determinó para la mujer la sujeción a la naturaleza, a la crianza animal, a la emoción, dejando para el hombre la razón, el poder y el dominio del mundo a través de la cultura.
Posteriormente, por herencia o por relaciones sociales, se fue adquiriendo y transmitiendo esa cultura, y el arte, como expresión humana de la misma, reprodujo para las mujeres el mismo patrón que la sociedad les imponía en cada época.
Y así, la mujer, que durante siglos no tuvo acceso a ninguna formación específica más allá de la que le permitía la imitación repetitiva de las tareas domésticas, se paseó por el arte como musa y modelo, y no como creadora, como objeto de admiración, pero no por su capacidad de crear, sino por la del hombre que le daba vida (¡Cuánto Pigmalión ha vagado triunfante ante la imagen muda de una mujer perfectamente «creada»! ¡Cuánto cuerpo femenino inerte infinitamente reproducido!).
Entre tanto, la capacidad creadora de las mujeres fue reprimida del mismo modo que fue ocultada siempre que, a pesar de todo, se desbordó. Y en ningún libro de Historia, de Literatura, Arte o Música, se recogieron las debidas reseñas a sus obras, muchas de las cuales fueron registradas bajo la autoría de algún varón afectado de ingentes dosis de machismo y patriarcado.
Porque otro cliché que las mujeres hemos tenido que soportar a lo largo de la Historia es que, intuitivas, pasionales, cuidadoras y bobas como somos, el espacio privado es el idóneo para nosotras, dejando el poder, la política y toda manifestación pública para los varones: grandes hombres admirados en el mundo de la Cultura como Aristóteles, Rousseau, Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard o Nietzsche han sabido explicar este tópico y transmitirlo a la perfección.
La cultura y el arte han difundido los roles de mujer amante, tierna o villana, puta o madre, según el ideario masculino y los medios de comunicación se han encargado de difundirlos del modo que mejor conviene al sistema dominante.
Es de justicia rescatar del olvido a tantas mujeres, no solo intérpretes magníficas, sino genuinas creadoras que persiguen incansablemente acceder en igualdad de condiciones que sus compañeros varones a ese derecho humano que es la cultura, su producción y su disfrute.
Para ello es necesario descartar el lenguaje misógino y abandonar todo tópico sexista en la producción artística, favorecer la creación y participación de las mujeres en igualdad con los hombres hasta alcanzar tal nivel de equidad que cualquier acción positiva resulte innecesaria.
Negar su vindicación es dejar al mundo sin la mitad de su Historia, de su Cultura y de su existencia.
Es necesario luchar por dar visibilidad a las mujeres en escena y dejar de poner palos en las ruedas de tantas artistas es el primer paso para construir una verdadera sociedad igualitaria que pueda disfrutar de un futuro feliz a la altura de la más excelsa creación artística.
Por tanto, desde FELMA apoyamos la concentración por la visibilidad de la situación de las mujeres en las artes escénicas de las compañeras de TEMA (Trabajadoras y Trabajadores escénicxs de Málaga).
Tráete algo amarillo y un programa de mano de una obra que hayas visto. Iniciaremos la campaña en redes sociales #mujeresaescena. LUNES 19 DE JUNIO en Calle Alcazabilla, junto al Teatro Romano, a las 12:00h.
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